martes, 25 de diciembre de 2012

"El amor no sabe de tiempos"

La idea de la siguiente historia es continuarla.Veremos hasta dónde vuela mi imaginación y hasta donde llega mi inspiración. Espero que la disfruten.


Nunca entendió por qué la había traicionado, pero a medida que fue pasando el tiempo entendió que había sido lo correcto. No negaba que verlo o cruzarlo por la ciudad no era difícil pero el dolor tenía su fin.

Ella es una muchacha joven. Con apenas veinticinco años sobre su cuerpo y algunos fracasos amorosos encima. Vive. Sí, es feliz. Aunque no lo crean, cuando llega el invierno y puede disfrutar del aire frío chocar contra su cara, o sentir la nariz helada o las mejillas cortándose como papel deseosas de un buen beso de esos que traspasan la piel cuando vienen acompañados de un gran abrazo en medio de la noche fría, donde la cama es inmensa y solo el calor de dos cuerpos que se aman pueden calentarla. De esa forma ella es feliz. Por supuesto también tiene muchas otras cosas simples que llenan de felicidad su vida. Una buena taza de café con chocolate preparado por su hermano menor, o unos buenos mates con pastelitos de su madre.

Quejarse no puede; recuerda una infancia feliz. Llena de amor. Única mujer entre tantos primos y hermanos varones. Siempre se sintió especial, y lo es.

Yael Bimer Torrales estaba dispuesta a dejarlo todo por la persona que amaba. No era de esas que amara a medias. Jamás; tenía muchos amigos, pero solo dos en los cuales depositaba toda su confianza. Ellos tres comenzaban a vivir juntos; por primera vez serian completamente dueños de su hogar, pondrían sus propias reglas y serian unas vacaciones en las cuales la fecha de regreso no estaba fijada. Bueno, sí, por lo menos dos años que era lo que les duraba el contrato de alquiles de la vieja casona.

Si bien Yael era feliz, porque como dije le sobraban los motivos, su novio la había dejado. Siete meses y se había terminado todo. Le dolía. No pensaba si era poco tiempo o mucho. El amor no sabe de tiempos. Uno se enamora y eso pasa sin que se pueda medir. Y Yael se había enamorado del hombre incorrecto. Comprometido con una mujer a punto de casarse y de novio con ella. Por lo menos había tenido la valentía de finalizar la relación “a tiempo”. Entonces, teniendo en cuenta estos sucesos, era el mejor momento para comenzar a vivir con sus dos más preciados amigos. Necesitaba su espacio, propio, para entender, para llorar y no tener que esconderse para que su familia no se preocupase.

Es de esas personas que ama lo que hace; siempre había días difíciles en el trabajo pero los sobrellevaba con un poco de música “para viejas”, como solían llamarle sus compañeros de trabajo a las canciones de Ismael Serrano.

La lectura es su mayor placer y cuando un hombre rompía su corazón volvía a leer algunos de los libros de los que tanto disfrutaba. Jane Austen estaba en el primer puesto, Stephenie Meyer en el segundo y Darcy y Edward se disputaban el primer puesto en la lista de galanes con los que soñaba.

 

 

 

Yael un día se despertó y no reconoció su nueva habitación. Extraña se sentía. Algo le faltaba. Sin sentido las lágrimas comenzaron a derramarse, corrían rápido por las mejillas. Se las tocó y sintió lo que sucedía. Sí, estaba llorando y no lo comprendía. ¿Qué le pasaba?

 

Días atrás había salido con sus amigos. El dolor por aquel hombre no existía. El se lo perdía. Ella no se iba a perder nada, iba a vivir. Tenía solo 25 años y años de juventud le quedaban.

Allí en el bar, se sentaron y pidieron unas cervezas. Comieron maníes, papas y pochochos salados. Era un bar estilo irlandés. Pasaban buena música inglesa de la que disfrutaban con Irina y Javier.

El mozo se acerco y les sirvió otra cerveza. Cada vez que venía a retirar algo el mozo se miraba fijamente con su amiga Irina, por lo que pensó que quizás era un regalo de la casa para su amiga, ya que ellos no habían pedido nada más para tomar.

-No, te equivocaste de mesa – dijo Irina – nosotros no pedimos nada más. A lo que el mozo contesto –Aquel muchacho, el de la camisa bordó es el que la manda.- Yael levanto la vista, busco la camisa bordo y lo vio. Sonrió y levanto el pulgar, intentando agradecer el gesto. Él agarro una servilleta, sacó una lapicera de su morral y comenzó a escribir. Llamo al mozo y le entrego el mensaje. Irina lo recibió y decía “Siempre me gustó el pelo corto” y seguido había un celular. Claramente era para Yael, ya que ella no tenía pelo corto, todo lo contrario, una larga cabellera rubia con ondas en las puntas. Pero su amiga sí, tenía el pelo corto, castaño oscuro, ojos marrones, pestañas muy largas y mirada penetrante. De estatura normal; flaca y con curvas, pero nada prominente. Siempre vestía muy casual y muy simple. Le gustaba combinar tramas y colores. Así estuviera triste se obligaba a usar colores alegres porque consideraba que eso la hacía sentir mejor, influía en sus amigos porque transmitían energía positiva esos colores y esa energía le era devuelta a ella, como un efecto rebote. Un ciclo hermoso que pocos entendían y llegaban a decirle que estaba loca por lo que pensaba. A ella le funcionaba, lo que los demás decían poco le importaba.

Irina le entrego el papel a su amiga. Yael no entendía por qué aquel muchacho se había fijado en ella. Miro a sus amigos con los ojos bien grandes por la sorpresa y riendo de los nervios. Javier le guiñó un ojo a su amiga, agarro otra servilleta, le pidió al mozo su lapicera y escribió “¿Te unís a tomar algo con nosotros?”

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