Nunca entendió
por qué la había traicionado, pero a medida que fue pasando el tiempo entendió
que había sido lo correcto. No negaba que verlo o cruzarlo por la ciudad no era
difícil pero el dolor tenía su fin.
Ella es una
muchacha joven. Con apenas veinticinco años sobre su cuerpo y algunos fracasos
amorosos encima. Vive. Sí, es feliz. Aunque no lo crean, cuando llega el
invierno y puede disfrutar del aire frío chocar contra su cara, o sentir la
nariz helada o las mejillas cortándose como papel deseosas de un buen beso de
esos que traspasan la piel cuando vienen acompañados de un gran abrazo en medio
de la noche fría, donde la cama es inmensa y solo el calor de dos cuerpos que
se aman pueden calentarla. De esa forma ella es feliz. Por supuesto también tiene
muchas otras cosas simples que llenan de felicidad su vida. Una buena taza de
café con chocolate preparado por su hermano menor, o unos buenos mates con
pastelitos de su madre.
Quejarse no
puede; recuerda una infancia feliz. Llena de amor. Única mujer entre tantos
primos y hermanos varones. Siempre se sintió especial, y lo es.
Yael Bimer
Torrales estaba dispuesta a dejarlo todo por la persona que amaba. No era de esas
que amara a medias. Jamás; tenía muchos amigos, pero solo dos en los cuales
depositaba toda su confianza. Ellos tres comenzaban a vivir juntos; por primera
vez serian completamente dueños de su hogar, pondrían sus propias reglas y
serian unas vacaciones en las cuales la fecha de regreso no estaba fijada.
Bueno, sí, por lo menos dos años que era lo que les duraba el contrato de
alquiles de la vieja casona.
Si bien Yael
era feliz, porque como dije le sobraban los motivos, su novio la había dejado.
Siete meses y se había terminado todo. Le dolía. No pensaba si era poco tiempo
o mucho. El amor no sabe de tiempos. Uno se enamora y eso pasa sin que se pueda
medir. Y Yael se había enamorado del hombre incorrecto. Comprometido con una
mujer a punto de casarse y de novio con ella. Por lo menos había tenido la valentía
de finalizar la relación “a tiempo”. Entonces, teniendo en cuenta estos
sucesos, era el mejor momento para comenzar a vivir con sus dos más preciados
amigos. Necesitaba su espacio, propio, para entender, para llorar y no tener
que esconderse para que su familia no se preocupase.
Es de esas
personas que ama lo que hace; siempre había días difíciles en el trabajo pero
los sobrellevaba con un poco de música “para viejas”, como solían llamarle sus
compañeros de trabajo a las canciones de Ismael Serrano.
La lectura
es su mayor placer y cuando un hombre rompía su corazón volvía a leer algunos
de los libros de los que tanto disfrutaba. Jane Austen estaba en el primer
puesto, Stephenie Meyer en el segundo y Darcy y Edward se disputaban el primer
puesto en la lista de galanes con los que soñaba.
Yael un día
se despertó y no reconoció su nueva habitación. Extraña se sentía. Algo le
faltaba. Sin sentido las lágrimas comenzaron a derramarse, corrían rápido por
las mejillas. Se las tocó y sintió lo que sucedía. Sí, estaba llorando y no lo
comprendía. ¿Qué le pasaba?
Días atrás
había salido con sus amigos. El dolor por aquel hombre no existía. El se lo
perdía. Ella no se iba a perder nada, iba a vivir. Tenía solo 25 años y años de
juventud le quedaban.
Allí en el
bar, se sentaron y pidieron unas cervezas. Comieron maníes, papas y pochochos
salados. Era un bar estilo irlandés. Pasaban buena música inglesa de la que
disfrutaban con Irina y Javier.
El mozo se
acerco y les sirvió otra cerveza. Cada vez que venía a retirar algo el mozo se miraba
fijamente con su amiga Irina, por lo que pensó que quizás era un regalo de la casa para
su amiga, ya que ellos no habían pedido nada más para tomar.
-No, te
equivocaste de mesa – dijo Irina – nosotros no pedimos nada más. A lo que el
mozo contesto –Aquel muchacho, el de la camisa bordó es el que la manda.- Yael
levanto la vista, busco la camisa bordo y lo vio. Sonrió y levanto el pulgar,
intentando agradecer el gesto. Él agarro una servilleta, sacó una lapicera de
su morral y comenzó a escribir. Llamo al mozo y le entrego el mensaje. Irina lo
recibió y decía “Siempre me gustó el pelo corto” y seguido había un celular.
Claramente era para Yael, ya que ella no tenía pelo corto, todo lo contrario,
una larga cabellera rubia con ondas en las puntas. Pero su amiga sí, tenía el
pelo corto, castaño oscuro, ojos marrones, pestañas muy largas y mirada
penetrante. De estatura normal; flaca y con curvas, pero nada prominente.
Siempre vestía muy casual y muy simple. Le gustaba combinar tramas y colores.
Así estuviera triste se obligaba a usar colores alegres porque consideraba que
eso la hacía sentir mejor, influía en sus amigos porque transmitían energía
positiva esos colores y esa energía le era devuelta a ella, como un efecto
rebote. Un ciclo hermoso que pocos entendían y llegaban a decirle que estaba loca
por lo que pensaba. A ella le funcionaba, lo que los demás decían poco le
importaba.
Irina le
entrego el papel a su amiga. Yael no entendía por qué aquel muchacho se había
fijado en ella. Miro a sus amigos con los ojos bien grandes por la sorpresa y
riendo de los nervios. Javier le guiñó un ojo a su amiga, agarro otra servilleta, le pidió al mozo su
lapicera y escribió “¿Te unís a tomar algo con nosotros?”
Me like it. Queremos segunda parte para la semana que viene!
ResponderEliminar